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Foto del escritorCamilo Fidel López

Mis días en La Habana

Actualizado: 2 feb 2023

@CamiloFidel

Con frecuencia pienso en los días que pasé en La Habana. No son recuerdos esquivos o borrosos. Mi memoria está intacta. Lo sorprendente es sentir que aquel que vivió esos días era otro muy distinto al que hoy vive mi vida. Casi un antagonista. Un extraño que se abría paso sin fijarse en lo que encontraba a su alrededor. Una forma de libertad (e irresponsabilidad) propia de alguien que ha prescindido de un rumbo definido. No sabía nada; y esa inquietud era fascinante. En Cuba, se vive día a día. Los estragos de una revolución corrupta causaron un daño inmenso en la capacidad de los isleños de concebir un proyecto de vida. Existir se convirtió en “resolver”: la llamativa expresión local que encapsula desde conseguir carne o aceite hasta el embarcarse en cualquier objeto flotante para largarse de una vez por todas. Para mí, un turista más, ese sentimiento de precaria inmediatez era sumamente liberador. Supe contagiarme de él hasta el ahogo. El mañana era un rumor incierto. Cuba, sin falta, te romperá el corazón.


Cuba y yo, circa 2015



Una imagen que regresa y regresa eran los largos paseos a pie que empezaban de mañana y terminaban cuando el Caribe parecía reventar al malecón al final de la tarde. El par de veces que fui, entre el 2015 y el 2017, tuve la suerte de tener un gran compañero de zozobras con el que debatíamos, sin llegar a ningún lugar, sobre el escurridizo sentido de existir. Eramos dos fantasmas errantes que sellaban una amistad nacida en una aflicción compartida: haber abandonado nuestra primera juventud. En las noches, transitábamos por bares pálidos y discotecas ancladas en el tiempo buscando mujeres imaginarias que interrumpieran el mal sabor de la soledad. Por fortuna, el fracaso y el ridículo supieron protegernos.

No hace mucho leí algo que me ayudó a comprender porqué los recuerdos nos envisten sin previo aviso. El magnífico Fernando Pessoa, en ese compendio de pensamientos tristes pero lúcidos que es El Libro del Desasosiego, acierta al anunciar una verdad absoluta: en cada vida existe una multitud. Por esa razón, cuando miramos atrás muchas veces nos desconocemos e incluso, en oportunidades lamentables, llegamos a juzgar a ese que fuimos. Aquel que también merece algo de consideración y respeto.

Por lo pronto sé que esos días en La Habana jamás regresarán: fueron para siempre. Sin embargo, ahora sé que la vida es acumulativa. Somos la suma de un conjunto -más o menos- finito de pasados. Una pared de ladrillos que tiene el propósito de elevar un presente que, aunque pareciera agotarse en el instante, sobrevive al recordar. La memoria, de vez en cuando, nos halará la manga de la camisa. Tal y como esta mañana, cuando me percaté de nuevo, que los pasos andados siguen ahí, preparados para envestirme cuando les venga en gana. La Habana no está interesada en despedidas eternas.

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